Básicamente podríamos decir que el suelo radiante es una clase de calefacción que no utiliza
radiadores tradicionales, sino que se basa en la utilización de tubos de agua
caliente que se colocan debajo del suelo de las casas. Pese a que muchos
detractores apuntaban al riesgo para la salud que supone la aplicación de calor
en las piernas, este problema quedó resuelto hace tiempo, consiguiendo un
reparto uniforme por todas las estancias, evitando los efectos de la convección
del aire.
A día de hoy, este sistema trabaja a una temperatura de
entre 35 y 45 grados. Para ponerlo en comparación con otras opciones, en los
radiadores tradicionales, la temperatura del agua suele ser de 70 grados.
Además, según la normativa vigente, la máxima temperatura a la que puede llegar
la superficie del suelo es de 29ºC.
Gran eficiencia del suelo radiante
Una de las grandes ventajas del suelo radiante es sus niveles de sostenibilidad. Al utilizar agua a
baja temperatura, la eficiencia de toda la instalación será muy alta y mucho
mayor. Se puede afirmar que permite ahorros superiores al 15% con respecto a
sistemas tradicionales de calefacción. ¡Increíble!
Estos valores pueden ser incluso superiores, aunque siempre
dependerá de qué clase de pavimento coloquemos encima de los tubos por donde
pasará el agua. Además, en el hipotético caso que el suelo radiante funcionase gracias al aporte de paneles solares,
estaremos hablando de una energía 100% renovable.
Otro pro que hay que apuntar sobre esta alternativa es que
no solo nos proveerá de calor durante los meses de invierno, sino que también
ofrece frescor para los de verano.
Pero, ¿estamos ante un sistema totalmente perfecto? La
respuesta es no. Entre sus principales contras tenemos que señalar que se puede
tardar hasta 12 horas en calefactar una vivienda con suelo radiante, por lo que la rapidez no es su fuerte. Eso sí, si
la vivienda está ocupada de forma continua, no habrá problema alguno.